Ni rey ni lagarto

Los mismos fantasmas que le torturaban forjaban el espíritu de sus creaciones, de ahí que de vez en cuando dejara fluir algún error o germinar alguna tragedia para que estos se le aparecieran y le ayudaran a continuar narrando su particular antología del fracaso.

Anhelar el desatino no era desde luego una actitud mayoritaria entre sus semejantes, por eso a los lógicos desvelos que le causaba haber decidido hacer creíble su literatura a base de pasar largas temporadas en el filo de la navaja se unía el de sentirse incomprendido. Qué idiota es el ser humano, animal gregario capaz de perder sus más preciados bienes por no sentirse solo, distinto o extraviado.

Con el tiempo, había llegado a conocer prácticamente a la perfección todo aquello que tenía la capacidad de desajustar algo en él, y administraba la dosis de realidad más conveniente en cada momento para provocar con éxito el desequilibrio y así permitir que en su mente brotaran las ideas. En las temporadas de mayor inspiración, tan sólo le hacía falta leer algún libro de pretérita importancia para él o buscar la esencia de un perfume evocador para despertarle las ganas de escribir.

Cuando dudas más serias le asaltaban, daba largos y solitarios paseos por lugares comunes con frentes entreabiertos y estimulaba su mente entre oscuras calles pavimentadas con la dura losa de las batallas perdidas y delimitadas por erosionadas esquinas que atestiguaban lupinos actos.

Guardaba también para estos momentos de necesidad llaves que abrían diferentes puertas de sus pasadas vidas y que le ofrecían una perspectiva de sus anteriores “yo”, más vitales, certeros y esperanzados y, desde luego, menos enrevesados y complicados de satisfacer. Esos repasos solían culminar con emocionadas escuchas de viejos discos entre largos tragos de ginebra e indisimuladas miradas al infinito. Le fascinaban los Doors por su sonido único, por su aire siniestro, por esa agridulce mezcla de hedonismo y miseria que desprenden sus mensajes y por la capacidad que habían tenido de apadrinar momentos de su vida. Así que rara vez este ritual no tenía como colofón alguno de los himnos de esta banda cantados con voz aguardentosa.

Pero en los momentos en que realmente sentía que le había invadido esa ahogante sensación de desvelo, cinismo y constante quejumbre que a veces le asaltaba sin previo aviso ni sintomatología tomaba la noche en busca de historias incompletas, de forzados y desastrosos finales e inconexos acontecimientos. Se bebía la vida y buscaba caras, gestos, roces y olores. En esas mujeres buscaba esperanza para sí mismo. Pero una esperanza, desde luego, inusual. Una esperanza de fracasar de cualquiera de las formas que admite la considerable dimensión de esa palabra, una esperanza que alimenta la sombra de la duda. Porque es la duda la que marca la pauta en cuanto a esas caras, a esos cuerpos y a esas almas. Primero, marca la pauta entre lo puramente carnal y lo sentimental. ¿Acaso nos hemos equivocado por llegar o no llegar hasta este punto? ¿Dónde está aquí la frontera entre la victoria y el fracaso más estrepitoso? La duda también dificulta la actuación y hace que se omitan expresiones y se rompan silencios trascendentales.

A veces, estos naufragios nocturnos, en lugar de ayudarle en su tarea literaria, dejan una marejadilla de inquietud en el cronista del fracaso. Su bendita debilidad humana aparece y pide redención,pide dar macha atrás y satisfacer su instinto, pide seguir cualquier rastro, pide por una vez perfección, excelencia, saciar su curiosidad. Desde luego, esta disyuntiva le servirá también para llenar el papel. ¿Pero es que acaso todo pasa por ser eficiente a base de ser ineficiente? ¿Es que no podemos simplemente darnos al placer?