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 Kermit

CRÓNICA

Kermit
Kermit: trascender el post-rock
26 de Abril de 2014 por César Aguilar Auditorio Edgar Neville, Málaga 1911 lecturas

Profetas en una tierra donde parece complicado serlo, los malagueños Kermit acaban de editar el crepuscular y emotivo “Litoral”, sin duda uno de los álbumes más destacados de la cosecha nacional en lo que va de año. Cuarenta y dos recomendadísimos minutos que se gozan al máximo en estado de concentración, atento a cada pincelada instrumental y a los constantes cambios de dinámica a través de los que se articulan los siete temas de la obra, encadenados sin pausas entre ellos. Un trabajo vivo e inteligentísimo, que, ya desde su portada y concepto, se revela como el vehículo perfecto para plasmar el amor y la vocación que siente el cuarteto por la literatura, y que, además, consigue borrar de un plumazo los defectos (exceso de minutaje, falta de articulación y narrativa interna) y sublima las virtudes de su ya de por sí notable debut “Autoficción” (Ítaca Records, 2012).

Con motivo de la presentación en su feudo, Gonzalo, Miguel, Paco y Álvaro anunciaron que, lógicamente, interpretarían su nueva obra al completo. Pero para abrir el show, oh sorpresa, atacaron una fantástica “Manu Samhita” –precioso su estribillo con esas guitarras cristalinas–, a la que siguieron “Cocaine” y “Sea Green”, piezas emblemáticas de “Autoficción”. Un aperitivo bastante sabroso y que entró como la seda, claro que sí. Además, el sonido, cosa esperable, rozó la perfección. En mi humilde opinión, un auditorio de aforo medio con asientos es el marco perfecto para disfrutar de una banda como Kermit. La ocasión anterior que los vi fue en un club de reducidas dimensiones, y lo que la música ganó en cercanía lo perdió en definición y encanto. En magia, en definitiva.

Consumado el triple recuerdo a “Autoficción”, el poeta de vanguardia Raúl Díaz Rosales subió a la tarima para leer una de sus obras con el fondo musical del cuarteto. Tras la tanda de aplausos, ahora sí, llegaron las primeras notas de “1926”, la apertura de “Litoral”, una pieza nocturna que podría encajar a la perfección en el genial “Surrender to the Night” (Thrill Jockey, 1997) el segundo álbum de Trans Am, uno de los discos que hacen que el post-rock de los 90 valga un potosí.

Si lo que empezó a sonar después era un sample del “Howl” de Allen Ginsberg, esto debía de ser “Samhain”, un tema hipnótico que crece y crece hasta que desemboca en un clímax guitarrero de gran belleza y muere en paz, con una excelente coda de bajo. Una tranquilidad expansiva presidió el recitado de “Circumpolares”, cuyo texto acabó recitando Gonzalo megáfono en mano. En los escasos silencios que dejaba el continuo flujo de la música, el público –respetuoso, que no frío– que casi llenaba el recinto, premió con ovaciones el excelente trabajo de unos músicos muy concentrados y con la motivación por las nubes.

Después vino el canto mapuche (distorsionado para la ocasión) que abre “We Tripantu”, uno de los cortes más hermosos y llenos de lirismo que se pueden hallar en “Litoral”, en el que la luz del faro que preside su portada parece penetrar por las rendijas de una persiana casi totalmente cerrada; perfecta esa cabalgada jazz tan característica de Álvaro –donde demuestra que es un batería altamente influenciado por el género en su vertiente más pura–, que desembocó en un solo en el que técnica y emoción se dieron la mano sin paliativos.

Tras los arabescos y la pirotécnica guitarrística de “Ingeborg”, Gonzalo dejó la guitarra y cogió las baquetas de la percusión electrónica, y Miguel se puso ante el sinte para abordar “Magnitizdat”, el single adelanto del álbum y uno de los puntos álgidos del concierto. Un tema brillante donde el kraut rock, el free jazz y la electrónica se citan en una discoteca rusa y bailan hasta el amanecer del día siguiente al son de una línea de bajo que lleva casi todo el mes sin salir de mi cabeza. Mag-ní… fi-ca. Ah, y no menos fantástico estuvo Álvaro en su solo de saxo, que empezó en calma y llegó a alcanzar tintes free en su conclusión. Ah, el jazz, siempre el jazz…

A semejante descoque le siguió la calma de “1927”, cuyo primer tramo, etéreo y jazzístico, contó con Gonzalo tratando cariñosamente a la batería y Álvaro de nuevo al saxo. El segundo tramo, con ambos miembros de vuelta a sus instrumentos originales, explotó en un clímax de guitarras y culminó con el recitado de Gonzalo. Telón, fin de “Litoral”. Y como es característico en ellos, la banda se fundió en un abrazo de equipo y agradeció al público el calor demostrado.

En los bises, cayeron dos perlas más de “Autoficción”: las tan características ráfagas de la pedalera de efectos de “Karate” y el éxtasis de “Aicnelav”. Casi al final de esta, Paco soltó su bajo, se acuclilló y después se dejó caer y quedó tendido en el suelo a todo lo largo. El resto de músicos abandonó sus instrumentos y, minutos después, Miguel apagó la pedalera y dio por concluido el recital. Entonces, me di cuenta de que la única palabra que pronunció el grupo durante el show, recitados aparte, fue el elocuente “¡vamos!”, que Paco soltó, creo recordar, durante “Aicnelav”: los agradecimientos al público fueron tan gestuales como sentidos. ¿Mudez en un colectivo que, en parte, se debe a la palabra (escrita)? Mmmmm, tiene sentido, ¿no?

No sé si lograrán trascender el sentido y la belleza, esa frase que parece ser el leitmotiv de “Litoral”, pero, al menos en lo que a mí respecta, el post-rock ya lo han trascendido. Gracias. Muchas gracias, Kermit. De todo corazón.

Más agradecimientos: Ítaca Records, Eduardo Pérez (Mizake Prod.) y a Gonzalo de Kermit, por decir que mi camiseta de Adrift es una “camisetaza”.
Fotos: Eduardo Pérez

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