CRÓNICA

No corren excesivos buenos tiempos para el doom. En general, no creáis que adscribo esta afirmación a algún ámbito geopolítico concreto. Por eso, merece la pena acercarse a los pilares del estilo. Y digo acercarse, porque lo que merece es absorber su esencia sobre un escenario. En cuanto me enteré de que Pentagram daban un bolo en una sala tan especial como Copernico, hice todo lo que pude para estar allí. Y allí que arribaron mis huesos.

Bobby Liebling sigue vivo. Aún me resisto a ver su documental, "Last Days Here". Y creo que lo voy a seguir haciendo. El cantante sigue muy metido en su papel de esperpento cadavérico (hecho que refleja con mucho cariño y acierto el cartel del evento), y como tal dedicó los descansos entre tema y tema a tirarle todo el tejado a una chiquilla situada delante mía. En momentos puntuales todo el numerito resultó un poco de vergüenza ajena, pero bueno. Soy de los que no confunde la actitud con hacer el payaso, pero eso ya son cosas mías. Y de actitud, en lo profesonal, Bobby va sobradísimo. Tiene las cuerdas vocales impecables, y a mí desde luego me dejó los caracteres sexuales primarios a la altura del suelo.

Lo suyo es deciros que no debéis abrazar la tierra sin haber escuchado alguna vez en directo "Dying world", "Forever my queen" o "20 buck spin". Pero es que eso ya lo sabéis. De lo que sí puedo informaros es de la edad media de los asistentes: prometedoramente joven. Los Pentagram siguen en la brecha. Bien. Que sigan alimentando ilusión y ganas de montar grupos por muchos años. Y también tengo algo que decir de la actitud que se respiraba: puritito rock & roll. Quizás el respetable podría haber estado menos de domingo y más de concierto, pero en fin. Quien quería, se dejaba llevar. Yo acabé con un dolor de cuello encomiable. Bobby prometió volver para el año que viene. No hace falta decir más. Let There Be Doom!

Fotografía: Dara Flux