CRÓNICA

Fotos: Mario Vázquez [Flickr]

Mucho se esperaba de la nueva visita de Porcupine Tree a la Península Ibérica, cosa que no sucedía desde la publicación de “Deadwing”; gran trabajo pero quizás incluso superado por el reciente “Fear Of A Blank Planet”. Así pues, las entradas volaron en las citas de Barcelona y Madrid, sitio este último donde la excesiva demanda terminó por provocar el cambio de la sala Heineken a La Riviera. Además, por si la banda liderada por Steven Wilson no era suficiente reclamo, el cartel se completaba con unos teloneros más que interesantes, los también británicos Pure Reason Revolution.

Estaba previsto que el espectáculo comenzara a las 20:00, pero el cuarteto de Westminster adelantó su aparición unos quince minutos para poder alargar su repertorio, que se fue hasta los tres cuartos de hora. Contaron con un sonido decente, aunque mejorable (o al menos esa fue la percepción en las primeras filas), y desplegaron su rock progresivo bañado en electrónica y con tintes de industrial con suficiente sobriedad. Les falta algo de tablas sobre el escenario, pero en cualquier caso cumplieron perfectamente su papel ante el gran número de personas que habían decidido no obviarlos.

Su imagen despareció de la memoria de cada uno de los presentes nada más salieron Porcupine Tree. Rodeados de cierto halo de misticismo y secundados por una pantalla que aderezó el concierto con proyecciones de temática ligada a las letras de las canciones, abrieron con esa que da nombre a su último trabajo. Histeria colectiva. Siete minutos de tema repletos de intensidad con un sonido sencillamente perfecto. El mejor inicio posible, que desembocó en “My Ashes”. Después: “Anesthetize”. Sublime. Y “Sentimental”, que a pocos no pondría los pelos de punta. Y “Way Out Of Here”. Y “Sleep Together”. Todo el “Fear Of A Blank Planet”, y todos nosotros con la boca abierta, incrédulos ante la ejecución absolutamente impecable de un temazo tras otro, de esos que a este grupo parece que les salen sin esfuerzo; de esos que interiorizas a las primeras de cambio. Así fue la primera parte de su actuación, unos cincuenta minutos que se pasaron volando. Que cada cual busque el adjetivo más brillante que se le ocurra.

Había sonado “Sentimental”, cosa que parecía cerrar las puertas a su hermana “Normal”. Ausente en el disco en detrimento de la primera, por cuestión de homogeneidad en el sonido, esa noche hubo sitio para las dos. Tampoco se olvidaron posteriormente de algunas canciones más antiguas, como “Dark Matter” y “Sleep Of No Dreaming”, aunque esta última tuvo que ser borrada del repertorio por exigencias de la sala en materia de horarios. “Halo”, prevista para el cierre, sufrió las mismas consecuencias en lo que fue el único punto negro de la noche. Una pena, porque tanto público como grupo estábamos disfrutando de lo lindo, y hasta Steven se mostraba comunicativo, animándose incluso a pronunciar algunas palabras en castellano. Aún así pudimos disfrutar de unos cuantos temas más, entre los que sobresalieron “Open Car” y los dos finales: “Blackest Eyes” y “Trains”, que pusieron el broche de oro a una actuación de dos horas absolutamente mágica.