CRÓNICA

Napalm Death + Verdugo
Napalm Death, Verdugo
06 de Febrero de 2013 por César Aguilar Sala La Trinchera, Málaga 4709 lecturas

Tapetrading, fanzines, amigos a los que ahora apenas veo, recuerdos de mi primera época universitaria. Eso y mucho más evocan en mi mente Napalm Death si me dejo llevar por la nostalgia de los lejanos años en que descubrí una forma de extremismo musical de la que, más de dos décadas después, aún sigo disfrutando. Para un servidor, los Fab Four de Birmingham son un eslabón infaltable, canónico, en la cadena evolutiva de la música extrema, así que cuando a mediados del pasado diciembre me enteré de que recalarían en mi ciudad (donde la cuota de metal extremo tiende más bien a cero) me llevé un alegrón indescriptible. Gira maratoniana: doce fechas en doce días. Hummm. Temía porque el evento se suspendiera por agotamiento de la banda o por alguna vicisitud en la carretera, pero llegó el Día D y no se produjo la mala noticia. ¡Bravo!

A la hora de la verdad, los encargados de abrir el evento fueron Verdugo, banda en la que milita Juan Manuel Cuervo (bajista de V3ctors), ganadores del concurso celebrado para elegir al telonero de los angloamericanos. Les reconozco nervio y entrega, por supuesto, pero su death metal con influencias hardcore y slipknotianas me dejó bastante frío y desconecté tras tres o cuatro temas. Mucho deben mejorar si quieren desmarcarse del marasmo de grupos similares y salir del ámbito local, si acaso lo pretenden. Porque en una escena como la estatal, que empieza a acumular bandas muy interesantes, temas como “Rosas Negras” o “Desgraciado” no son suficiente.

Tras finalizar una corta prueba de sonido, Shane Embury, Mitch Harris y Danny Herrera abrieron su set con "Circumspect" (la apocalíptica intro de su último álbum, el muy potable "Utilitarian"), y, tras ella, Mark Greenway completó la banda para atacar “Errors In The Signals”. Nada más ver juntos a aquellos cuatro titanes en el escenario empecé a encontrarme muy excitado, y sí, rejuvenecido, como si hubiera llegado al último nivel de uno de los videojuegos favoritos de mi adolescencia. Sin apenas despeinarse, siguieron intercalando temas de “Utilitarian” (la loquísima “Everyday Pox”, “Protection Racket” y una deslucida –lo siento– “The Wolf I Feed”) con otros no muy lejanos como “Can’t Play, Won’t Pay”, de “Enemy of the Music Business” (2000) y “Silence Is Deafening”, la magnífica apertura de “The Code Is Red… Long Live The Code” (2005). Sorprendentemente, dada la fama que les precede, el pico de decibelios fue respetuoso con mis tímpanos y no tuve que lamentar engorrosos pitidos posteriores.

Los espasmódicos e imposibles bailes y la gestualidad cuasi cómica de un Greenway muy comunicativo (alternando el inglés con un más que inteligible castellano) contrastaban con la seriedad de Embury y el hieratismo de Harris, muy correcto a la guitarra y a los gritos agónicos, y la implacable batería de Herrera no flojeó en todo el recital. La excelente “Mass Appeal Madness” levantó un considerable revuelo entre el público, que respondió como en las mejores ocasiones abarrotando la Trinchera y comenzaba a entrar en calor, aunque a esas alturas alguno ya se había dejado el físico con el stagediving. “Practice What You Preach”, “Lucid Fairytale” “Continuing War On Stupidity”, los escasos cuatro segundos de “Dead” (a la que sucedió la también breve y primigenia “Deceiver”), “On The Brink Of Extinction” –del gran “Time Waits For No Slave” (2009)–, “Unchallenged Hate” y la recientísima “Nom de Guerre” echaron más leña al fuego.

La mención de Barney a “Harmony Corruption”, el más deathmetalero de sus catorce álbumes de estudio, hizo que la concurrencia se viniera (aún más) arriba. La infaltable “Suffer The Children” seguida de “If The Truth Be Known” me noquearon por completo. ¿Se puede tener un nudo en la garganta de la emoción y estar siendo aplastado por toneladas de riffs punkarras tocados a velocidad casi sobrehumana? ¿Se puede querer a cuatro desconocidos que, de un modo peculiar, sientes como integrantes de tu familia? Rotundamente SÍ. Porque si para el común de los mortales Napalm Death son meros emisores de escupitajos de puro y simple ruido, para el que suscribe su música es emoción pura, una liberación de las estrechas leyes de lo cotidiano, una parte irrenunciable de mi educación ética y moral; en definitiva, una catarsis de amor fou en el más crudo formato grindcore.

Tras su clásica versión de “Nazi Punks Fuck Off” (Dead Kennedys) abandonaron el escenario, pero poco se hicieron de rogar. En el bis se centraron en repasar temas de su primerísima época. “Scum”, “Life?”, “The Kill”, “You Suffer” (apenas un segundo de burrez, y, claro, volvieron a pillarnos in albis) y finalizaron con “Siege Of Power”, de lo más tranquilo que se pudo oír en todo el recital. Una hora escasa y un set de veinticuatro temas bastaron para certificar el magisterio sobre las tablas de esta leyenda viva de la música extrema. ¿Pegas? La guitarra de Mitch Harris estuvo a veces demasiado baja en la mezcla y me faltaron favoritas como “The World Keeps Turning”, “Plague Rages”, “Greed Killing” o “Breed To Breathe”. Pero los conciertos a la carta rara vez se producen, ¿no?

Más allá del momento creativo en el que se encuentra la banda (algo que solo puede dar lugar a discusiones bizantinas), a Napalm Death, como a los padres, lo mínimo que se le debe es respeto y agradecimiento por su dedicación y su importantísimo legado tras más de treinta años de carrera. Lo demás son ganas de, con perdón, joder la marrana. Ahí queda eso.






Agradecimientos: Igor Carrera, Iñaki Serrano y al personal de La Trinchera.
Fotos: VicFotoPro




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